El llamado "Síndrome de Diógenes" es una patología mental que conduce al que la padece a la acumulación sistemática de basura y objetos inútiles y la búsqueda enfermiza de un nivel de vida muy por debajo de las verdaderas posibilidades. Este mal afecta sobre todo a personas de avanzada edad que, en muchas ocasiones, almacenan enormes cantidades del dinero ahorrado por semejante modo de vida. El nombre del síndrome viene de un tipo llamado Diógenes, proveniente de Sinope, en Asia Menor, uno de los pensadores más provocadores y controvertidos de la historia de la filosofía. El pequeño Diógenes venía al mundo entre los años 413 y 400 a .C. y era hijo ni más ni menos que de un banquero. No podría llegar a imaginar el buen señor la senda que iba a seguir la vida de su hijo, justamente en las antípodas de todo aquello que él mismo representaba.
Siendo un mozo, Diógenes consultó un oráculo que le reveló lo que más tarde supondría un vuelco definitivo en su vida. La enigmática respuesta de éste fue: "Invalidar la moneda en curso", lo que nuestro protagonista interpretó como clave para alguna de estas misiones: falsificación de monedas, cambio en las leyes o trasgresión de valores. Ante semejante tesitura optó por llevar a cabo las tres, lo que le condujo a la ignominia y el destierro de Sinope, su pueblo natal. Su irónica respuesta a semejante oprobio de sus paisanos fue: "Ellos me condenan a mí a irme y yo a ellos a quedarse".
(photo, cécile sanchez)
Tras este incidente se dedicó a vagabundear por Esparta, Corinto y Atenas, donde se hizo discípulo del maestro cínico Anístenes. El cinismo era una corriente filosófica radical que, a grandes rasgos, consideraba que la forma de vida (acción) iba ligada inseparablemente a la forma de pensar (filosofía). El pensamiento cínico es aplicable desde numerosos puntos de vista o posicionamientos, por lo que entre sus representantes encontramos a pensadores de distinto pelaje, entre los que también destacaron el propio Anístenes o Crates de Tebas.
Varios escritos del de Sinope elogiaban a los perros y su lealtad en contraposición al interesado ser humano. De hecho a él y a los suyos también se les llamaba perros ("cínico" proviene de "kynikos", forma adjetival de "kyos" - "perro" en griego) en consonancia con su peculiar forma de vida, su afanosa búsqueda radical de libertad y su desvergüenza.
Tras aprender el pensamiento cínico decide hacer de la austeridad y el desapego su modus vivendi. Desde sus primeras andaduras por la capital ya dio muestras de un comportamiento no precisamente convencional que le hizo adquirir cierta notoriedad y granjearse la mala prensa por la mayor parte de la sociedad ateniense. Platón dijo de él en una ocasión que era una especie de Sócrates enajenado.
Radicalizó su afilado uso de la lengua, su actitud hiper-crítica ante el sinsentido y su denuncia contra la hipocresía que imperaba en las relaciones sociales y familiares de las gentes de su tiempo. Se consideraba un cosmopolita, un ciudadano del mundo, un apátrida desencantado, habitante de todos los sitios y de ninguno. Poco a poco se fue despojando de todo bien material y comodidades "superfluas", como cuando se deshizo de su escudilla tras ver a un muchacho beber agua en el hueco de las manos.
Su fama llegó a las altas esferas de la sociedad ateniense, y cuentan que en una ocasión se topó con el mismísimo Alejandro Magno, que le ofreció la concesión de un deseo, a lo que nuestro amigo contestó: "Apártate a un lado, que me quitas el sol".
La elección vital de Diógenes, lejos de ser gratuita, conllevaba un duro entrenamiento (ascesis) de ejercitación de cuerpo y mente para la resistencia en la búsqueda de la impasibilidad y la más extrema autosuficiencia. Como parte de este arduo entrenamiento se revolcaba en verano en la tierra ardiente y en invierno se cuenta que se le veía abrazarse a estatuas cubiertas de nieve.
Escribió algunos libros, hoy perdidos, principalmente de sentencias y aforismos, aunque lo más destacable de su obra fue su vida. De hecho su vida fue su obra, como buen cínico que era, y por eso entre los datos conservados predominan las anécdotas y no los escritos.
En una ocasión, mientras observaba cómo unos monjes custodios conducían a uno que había robado una vasija del templo, comentó: "Los ladrones grandes llevan preso al pequeño".
Acostumbraba a hacer sus necesidades (en su más amplio sentido) en plena vía pública, alegando que si comer en la plaza no era absurdo por qué iba a serlo hacer otro tipo de necesidades tan apremiantes o más que la alimentación. Cuentan los documentos de época que también solía masturbarse en público bajo la atónita mirada de los presentes. En cierta ocasión en que fue sorprendido "desfogandose" a vista de todos, contestó con sarcasmo: "Ojalá pudiera saciar el hambre con igual facilidad, sólo frotándome el estomago". Se alimentaba de carne cruda y escribió a favor del incesto y el canibalismo.
En otra ocasión un rico le invitó a entrar en su lujosa mansión, advirtiéndole que no se le ocurriera escupir en el suelo de ésta, a lo que nuestro imprevisible amigo respondió con un escupitajo en la cara del anfitrión, justificándose en el hecho de que no había encontrado un lugar más inmundo para hacerlo.
Diógenes hacía siempre lo que se le viniera en gana, sin importar el lugar ni la privacidad, bien fuera disertar, sentarse a leer o defecar. Según cuenta él mismo en sus cartas, encargó a un tipo la construcción de una humilde choza en la que cobijarse, pero ante la tardanza de éste en realizar su cometido decidió alojarse en un barril. A un tipo que le reprendió: "Te dedicas a la filosofía y nada sabes" le respondió: "Aspiro a saber y eso es justamente la filosofía".
Diógenes fue, ante todo, un personaje mordaz hasta el paroxismo: despotricaba contra la famosa Escuela de Euclides, decía que los diálogos de Platón no eran más que una pérdida de tiempo, y a los líderes políticos los denominaba "esclavos del populacho". Repetía a menudo que "hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse". También reprochaba a todos aquellos que, elogiando a los virtuosos por su desapego del dinero envidiaban al rico. También se sorprendía de que los esclavos no robaran alimentos a sus señores, siendo testigos de sus suntuosos banquetes. En otra ocasión gritó: "¡Hombres, a mí!, y al acercarse algunos curiosos les recibió a garrotazos increpándoles: "Hombres, he dicho. No basura". Acostumbraba a ir con un candil buscando nada menos que al hombre entre la muchedumbre.
En otra ocasión se encontraba pidiendo limosna a una estatua, y al preguntarle alguien por el sentido de dicho despropósito Diógenes respodió: "Me entreno para el fracaso". "¿Por qué – le cuestionaban en cierta ocasión – la gente da dinero a los mendigos y no a los filósofos?" "Porque piensan que algún día el destino les puede deparar acabar convertidos en ciegos o inválidos, pero filósofos jamás". En un banquete algunos comensales le echaron los huesos de los restos como si de un perro se tratase, y Diógenes, haciendo alarde de su calidad de tal se orinó allí mismo. Viendo al hijo de una meretriz que tiraba una piedra a la gente, le dijo: "Ten cuidado, no vayas a darle a tu padre". Cuando le echaban en cara que bebía en la taberna, respondió: "Y en la barbería me corto el pelo».
Sobre su muerte en el 323 a .C. también circulan anécdotas y teorías varias. Algunos afirmaban que murió por propia voluntad, suicidándose mediante la contención de la respiración, dueño así de su destino y de su propia muerte. Otros dicen que falleció por las heridas provocadas tras el ataque de un perro.
En cualquier caso, este apasionante personaje, disidente de todo, escéptico a ultranza y provocador nato ha trascendido al paso de los siglos como un marginal del pensamiento y la filosofía y un crítico incorruptible de un mundo y una sociedad de la que nunca quiso formar parte. Genio para unos y desquiciado para otros, Diógenes sólo era un hombre con la personalidad y la intuición suficiente no sólo para alejarse de los caminos concurridos sino para replantear con sus hechos unos valores éticos, politicos y religiosos dogmáticos, vistos como válidos sistemáticamente, cortocircuitando la inercia que conduce al conformismo y al falso bienestar y denunciando sin rodeos la gran farsa tragicómica que es nuestro paso por el mundo.
"cuando estoy entre locos me hago el loco"
pulga ácrata [madrid, 3 de Agosto de 2oo8]
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