-¿Cree usted que la revolución informática ya ha terminado, como sostienen algunos teóricos?
-De ninguna manera. Es probable que la próxima revolución tecnológica sea una combinación de biotecnología, nanotecnología, bioelectrónica y nuevos materiales pero para eso faltan unas décadas, muchos intentos empresariales y unos cuantos descubrimientos científicos. Apenas estamos a la mitad de la oleada de la informática. Lo que tenemos por delante es el verdadero despliegue de la Sociedad del Conocimiento y de la revolución informática en todos los sectores productivos, la profundización de la globalización productiva, además de un cambio de paradigma en las políticas y las instituciones nacionales e internacionales.
-¿Está preparado el mundo para afrontar esas tareas?
-Lo primero que habría que hacer sería reconocer la tarea misma. Vivimos en un momento de incertidumbre en cuanto a la forma en que se va a difundir la revolución tecnológica pero no hay conciencia política de ello. Siempre hay una primera fase de experimentación, en la que la competencia define cuáles serán los sectores y empresas líderes. Después hay una segunda etapa que es la del despliegue de ese potencial en el aparato productivo y cuando los frutos llegan plenamente a la sociedad. Pero entre ambas mitades hay una pausa, una fase en la que se decide políticamente cómo va a ser ese despliegue.
-¿Estamos en esa fase?
-Sí, aunque parezca extraño, históricamente estamos en un momento equiparable a los años treinta, cuando había muchas propuestas y alternativas para el aprovechamiento de las tecnologías de la revolución de la producción en masa. Entonces estaban sobre la mesa los resultados de muchos experimentos: el fascismo, el estalinismo, el 'new deal'. En este momento sólo tenemos dos opciones: el libre mercado sin ningún control por un lado, y Bin Laden, o sea, la negación y rabia, por otro. Y la falta de opciones socialmente incluyentes está haciendo que la rabia gane espacio.
-En la anterior revolución, esa fase condujo a una guerra mundial. ¿Nos espera ese destino también ahora?
-Creo que ya estamos en medio de muchas guerras. Es la consecuencia lógica de la polarización de la riqueza típica de la primera mitad de instalación de las revoluciones tecnológicas. En estos períodos se generan grandes tensiones: las migraciones desesperadas, el terrorismo, el mesianismo político no son más que manifestaciones de esas tensiones.
El 'shock' inevitable -¿Cómo se hace para que se difundan los beneficios de la tecnología y aumente el nivel de vida?
-Con un pensamiento y una acción innovadoras a nivel político. Estamos en la fase de hallar la forma de entrar en ese período socialmente bueno y donde el dinamismo económico es menos desigual, más concentrado en el crecimiento que en las ganancias rápidas de tipo financiero o especulativo. Suele estar caracterizado, tras una gran burbuja financiera y su colapso, por la reestructuración de cada industria en oligopolios, a traves de fusiones, adquisiciones y crecimiento; con ello se reduce la ferocidad de la competencia, aumenta la estabilidad y eso hace más fácil que los beneficios del desarrollo alcancen a más países y personas.
-¿Es más fácil el equilibrio cuando existen bloques perfectamente definidos o cuando hay una gran potencia con sus aliados por un lado, y la amenaza terrorista enfrente?
-Ni lo uno ni lo otro, diría yo. Cada época es única y las condiciones para lograr un modelo de desarrollo mundial saludable hay que construirlas según el caso. Ahora, como le decía, estamos como en los treinta. Y me parece que lo que va a suceder, el 'shock' que nos va a obligar a encontrar esa solución estable, humana y sostenible, va a ser una crisis financiera tremenda, que puede empezar en EE UU o en China pero nos arrastrará a todos. Me parece inevitable que se produzca, tal es el desequilibrio financiero.
-¿Por qué se ha llegado a eso?
-El mundo financiero se ha convertido en un gran casino. Invierte poco en capacidad productiva e impide que las empresas lo hagan. La presión de la Bolsa es una soga al cuello de cada empresa, que le obliga a obtener grandes ganancias cada trimestre, cuando lo que hace falta al sistema es invertir a largo plazo. La primera parte de esta revolución tecnológica la ha dirigido el sector financiero como ha ocurrido siempre, pero ahora le toca asumir la dirección al mundo productivo. Y para que se haga esa transición tendrán que intervenir los estados con políticas innovadoras que favorezcan la producción y la expansión y con regulaciones que reorienten la actividad financiera.
-¿Pueden los estados imponer normas eficaces a corporaciones financieras internacionales?
-No, no pueden. Por eso creo que sólo una gran crisis llevará a los gobiernos a comprender la necesidad de establecer regulaciones supranacionales y al capital financiero a aceptarlas.
-Una gran crisis que tendrá graves consecuencias para la sociedad.
-Serán dramáticas para todo el planeta, y ya empezamos a estar en ello. Si no se adoptan medidas radicales, vivimos abocados a un futuro en el que habrá que elegir entre lo peor y lo muchísimo peor aún.
-¿No hay esperanza?
-Sería posible equilibrar el sistema y conseguir un gran desarrollo armónico. Pero eso requiere políticas muy radicales para favorecer la globalización productiva y la reespecialización y reconocer las consecuencias que va a suponer para algunos países la inversión masiva en lugares como China e India. Si no se da un esfuerzo masivo y consciente de reespecialización y se estimula a la inversión productiva y generadora de empleo, en EE UU puede haber consecuencias políticas sin precedentes.
-¿El triunfo de líderes caudillistas en Latinoamérica es un rechazo a esa globalización impuesta por EE UU?
-No. La globalización productiva se ha concentrado en Asia y ha marginado a América Latina y África. Son la deseperanza y el resentimiento las que generan las migraciones masivas, el apoyo a líderes mesiánicos y la violencia. Esa enorme población marginada del continente no tiene más opciones.
-¿Esos gobiernos sacarán a sus pueblos de la pobreza?
-Han llegado al poder aglutinando a los descontentos, pero no van a resolver el problema porque no tienen con qué y no saben cómo. Creen que la solución es redistribuir la riqueza pero no se dan cuenta de que para eso hay que generarla. Las medidas que han puesto en marcha o quieren adoptar conseguirán mejoras temporales para algunos grupos, pero nada más. Sin ideas.
-Usted sostiene que hace falta creatividad, algo que no abunda en las propuestas políticas.
-Es cierto. Hay una falta evidente de ideas nuevas, un auténtico vacío entre, por un lado, quienes defienden que el mercado lo resuelve todo y que por lo visto olvidan que no pocos de los problemas actuales los ha creado el mercado, y por otro lado quienes quieren volver al Estado antiguo. Los que se enfrentan al mercado defienden el viejo estilo de hacer Estado, cuando lo que necesitamos es algo que integre a ambos.
-¿La ideología liberal dominante en EE UU y en otros países permitirá una intervención así del Estado?
-A Roosevelt le acusaron de comunista en los años treinta. El mundo de los negocios no se dio cuenta hasta después de vivir la intensa relación con el Gobierno durante la Segunda Guerra Mundial de que el Estado del Bienestar era la base para la creación de mercados crecientes para las empresas.
-¿La lucha de clases es hoy entre quienes tienen acceso a las nuevas tecnologías y quienes no lo tienen?
-Sí. Me parece que ahora la lucha se establece entre incluidos y excluidos del desarrollo, y ahí están países enteros. Hay una profunda polarización y ése es el fundamento de la violencia. Además, en el auge de la postguerra, la necesidad de contar con un mercado nacional homogéneo para la producción en masa llevó a tratar de acabar con las identidades nacionales o religiosas a cambio de una promesa de bienestar creciente para todos. Cuando esas promesas se quiebran y ya no hay esperanza de movilidad vertical, ni se garantiza un empleo estable ni las pensiones del futuro, la gente quiere sentirse parte de algo, y allí surge fuertemente la lucha por la identidad. Los excluidos se unen en diferentes grupos.
-¿Marx reclamaría a los excluidos del mundo entero que se unieran?
-Si no se encuentra un modo de revertir los procesos de empobrecimiento no dudo de que los excluidos se unirán contra el 'enemigo común'. Y eso sería una tragedia autogenerada por los responsables de los países avanzados. Como le decía antes, una globalización de suma positiva acompañada de una reespecialización por regiones es posible y, ciertamente, deseable. El consenso público-privado e internacional necesario no será fácil, pero debería al menos intentarse. Quizás faltan los líderes.
-¿Los ricos han salido de la crisis?"
–Parece que los países ricos han salido pero, desgraciadamente, se dan las condiciones para la recaída que tendrá la crisis. No puedo decir cuándo, mi receta es cambiar el contexto de regularización.
–¿A qué se debe el rebote de la crisis?
–Las ayudas concedidas a los bancos con mucho éxito se han mantenido en el corral de las finanzas, sin salir a la economía real. Gracias a la revolución informática, se ha creado un espacio financiero hermético. La banca es un gran casino, a puerta cerrada y global.
–¿Para cuándo está previsto que la tecnología absorba a la economía?
–La tecnología no son únicamente equipos y procesos, también formas organizativas como el paso de la pirámide a operar en redes. Sin nuevas tecnologías no hay crecimiento económico, y la innovación requiere la financiación hoy convertida en juego de azar.
–¿Por qué permitieron los estados que los bancos les superaran en tamaño?
–No lo permitieron, no había legislación sobre el tamaño. Con la ideología de que lo grande es bueno, todo crecimiento se creía positivo. Además, las empresas globales son federaciones y redes chatas, con lo que pueden crecer y hacerse más ágiles sin riesgos.
–De ahí que la banca domine el mundo.
–Con el agravante de que los bancos saben ahora que van a salvarlos si incurren en pérdidas.
–¿Nos encaminamos hacia un capitalismo a la china, con férreo control estatal?
–No me suena factible. Es normal que Estados Unidos sea dueño de unos cuantos bancos por un tiempo, como terapia intensiva.
–¿Por qué no cerramos las bolsas, para acabar con el casino?
–No, cómo se le ocurre. El desastre inmobiliario no viene de las bolsas, sino de convertir las hipotecas en paquetes negociables. Simplemente, los bancos se zafaron de sus obligaciones hacia los clientes.
–Y ahora las cigarras exigen ser salvadas por las hormigas.
–Ha ocurrido ya cinco veces. En cada revolución, hay quienes se enriquecen sin grandes esfuerzos. Así funciona el capitalismo, un sistema extraño que genera bienestar colectivo a través del egoísmo individual y que no lo hace con armonía, sino a martillazos.
–¿Haití demuestra que los pobres están mejor preparados para la crisis?
–Eso se aplica a Haití, donde pueden estar cinco días sin comer porque quién sabe cuántas veces lo sufrieron antes. Hay que distinguir la pobreza –que genera solidaridad, el inmigrante es un emprendedor– del empobrecimiento, que engendra odio, resentimiento, líderes mesiánicos y terrorismo.
–La economía desprecia la demografía.
–La teoría económica está enferma. Ignora la historia, la tecnología, las instituciones, se parece al borracho que busca las llaves debajo de la farola porque allí hay luz. Al aspirar a ser una ciencia como la física, la economía se reduce a lo que se puede medir y abandona la significación.
–¿Qué gran descubrimiento propiciará la próxima revolución tecnológica?
–Tenemos veinte años más de despliegue de la revolución informática, con la entrada en juego del impacto ambiental. Las futuras áreas de ruptura serán la nanotecnología, la biotecnología y la bioelectrónica. Se necesita algo muy poderoso y barato.
–¿Cómo ingresará en la historia Chávez?
–Como un gigantesco error cometido con buenas intenciones.
Entrevistas realizadas por César Coca y Matías Vallés para El Correo de Bilbao y el Diario de Mallorca.
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