¿Cómo se explica que los norteamericanos acepten que su presupuesto se dedique a asesinar a iraquíes mientras se quema California?, ¿o que los españoles voten a José María Aznar, quien ha conseguido que el número de militares muertos en su política contra el "terrorismo" mundial supere a las víctimas de ETA?. ¿Por qué alemanes o nórdicos asisten impasibles al desmantelamiento de su Estado del Bienestar?. ¿Quién puede entender que los españoles estén indiferentes practicando surfing en las playas de Cádiz mientras yacen en la arena los cadáveres de inmigrantes que intentan cruzar el estrecho de Algeciras?. ¿Por qué la opinión pública internacional acepta silenciosamente la desarticulación de la legislación internacional en la invasión de Iraq, la violación del derecho humanitario en Guantánamo o el final de la legitimidad de las Naciones Unidas?.
La siguiente anécdota es reveladora del desolador panorama que nos domina. Hace unos días, una administración local española planteaba cerrar dos centros de trabajo. Aunque el carácter funcionarial de los empleados impedía el despido, a éstos se les explica en una reunión que se cambiarán sus turnos de trabajo, perderán varios pluses económicos, no existirá en principio un criterio equitativo y transparente para la recolocación ni tampoco se informa de en qué órgano legislativo se ha decidido el cierre de los centros. A continuación, el alto cargo pide que los trabajadores manifiesten sus posiciones, reclamaciones o comentarios. Un empleado de los de mayor titulación pide la palabra y pregunta: “¿El cierre será el 31 de diciembre o el 1 de enero?. Es para organizarme las vacaciones”.
Este ejemplo nos dibuja el paisaje de sumisión y conformismo que se divisa entre la población. Durante siglos los pueblos han luchado por mejorar sus condiciones de vida, en la búsqueda de una sociedad más justa y desigual. En esa causa, millones de seres humanos dieron su vida enfrentándose a crueles dictaduras. Hoy, sin necesidad de esa represión, en los países desarrollados se asume la pérdida de derechos sociales conquistados y no se atisba un movimiento crítico de contestación a los atropellos de los poderosos.
Eso es lo que intenta analizar Marcos Roitman explicando lo que denomina el "pensamiento sistémico". Asistimos a "un rechazo hacia cualquier tipo de actitud que conlleve enfrentamiento o contradicción con el poder legalmente constituido". La guerra, la explotación y la competitividad, elementos todos ellos aberrantes de cualquier modelo de convivencia, son aceptados masivamente. "Nos entristece la injusticia, nos afectan emocionalmente las noticias que hablan del renacer de la esclavitud infantil, de la venta de órganos humanos, del comercio de niños, de la muerte por hambre. Es más, llegamos a encolerizarnos cuando nos muestran fotos y escenas donde se observan los horrores de las guerras. No soportamos tampoco a dictadores, caudillos y somos alérgicos a la arbitrariedad. Llegamos a defender el medio ambiente y la naturaleza. Nos identificamos con todo tipo de causas justas y valoramos en mucho la amistad, pero nuestro quehacer cotidiano es contrario a dichos postulados. Nos convencemos de la paradoja del conformismo", dice Roitman.
El autor analiza desde diferentes perspectivas el origen del social-conformismo. "El grado de satisfacción obtenido al ver simplificada su existencia le otorga [al individuo] la tranquilidad y confianza necesaria para buscar el placer y huir del estado de conciencia que obliga a pensar y reflexionar sobre la condición humana". El individuo crítico es socialmente sancionado: "Pretender ejercer el juicio crítico y la facultad de pensar puede considerarse un signo de inadaptación al medio, ser identificado como un enemigo, constituirse en un peligro social y, por ende, ser acusado de alterar el sistema y condenado al ostracismo". Es el síndrome de "perro verde" que se adueña de cualquier individuo crítico.
El control social sobre el disidente es fundamental en el pensamiento sistémico: “La autocensura. Los principios del sistema se fundamentan en dicho autocontrol. Las formas tradicionales donde la locura social era aducida por el poder para encarcelar y doblegar la voluntad, se recrea, hoy en día, por la vía de los argumentos provenientes de la psicología conductista. Controlar la diferencia pasa a ser una responsabilidad compartida por todos los miembros del sistema”.
El origen de este pensamiento lo sitúa Roitman en los ochenta "al confluir dos corrientes de pensamiento antes antagónicas: exanticapitalistas y poscapitalistas". Nuestros modelos políticos se fundamentan en la construcción de una ciudadanía desligada "del ejercicio pleno de la participación en los procesos de toma de decisiones colectivas". La política se restringe a "una actividad profesional tendiente a garantizar la gobernabilidad y el funcionamiento de las instituciones". Los partidos políticos "pasan a ser un objeto más de consumo en el mercado, y los políticos se transforman en cazadores de movimientos sociales y creadores de organizaciones no gubernamentales". La política "pierde todo su contenido transformador en tanto acción social". Es fundamental el “lenguaje políticamente correcto, cuyo reconocimiento no afecta las relaciones sociales de explotación, exclusión y dominio del capitalismo”.
El sistema educativo tiene su responsabilidad en la conformación del pensamiento sistémico, asistimos a una educación fundamentada en "acatamiento y la disciplina a la dinámica interna del sistema". El papel de los medios también es importante. "Periodista informados pero no formados, sociólogos sin sociología, historiadores que desconocen la historia; todos eso sí, creadores de opinión pública, editorialistas y divulgadores. Usted debe ser un receptor de mensajes para el consumo".
El socialconformismo incorpora tiene un componente filosófico: “La búsqueda del placer inhibitorio de conciencia reorienta los deseos hacia los objetos. La máxima felicidad es la que emana de la posesión de objetos para aumentar el grado de placer; reduciendo las perspectivas de felicidad”. “El sistema proporciona los elementos para lograr el máximo de solidaridad y seguridad entre los operadores. Entramos en la autopista de la comunicación lineal. Respete los códigos y se salvará de cualquier peligro”, afirma Roitman.
En nuestra sociedad, “pensar se resuelve en el deseo de comprar. La vida es un continuo ir y venir desde y hacia el mercado. (…) El ser humano se transforma, en esta dinámica, en un animal de compañía para el mercado”.
En conclusión, “el pragmatismo, la sociobiología, el individualismo metodológico, la teoría de sistemas, el conductismo, la teoría de la acción comunicativa, la pragmática lingüística, amén de las teorías de la calidad de la democracia elitista y de la gobernabilidad se unen para levantar el edificio de un comportamiento complejo como el social-conformista”.
Pero la salida no es imposible. Se trata de crear “espacios de poder y participación emergentes” que faciliten “la construcción de sujetos políticos alternativos”.
La alternativa para Marcos Roitman es clara: “Es cierto, el mito del socialismo no ha podido imponer con fuerza sus argumentos de justicia social, democracia e igualdad. Pero ello no debe ser considerado fracaso del socialismo y éxito de la explotación capitalista. Hoy, a más de cinco siglos de progreso capitalismo ningún país capitalista ha realizado los programa y proyectos de los cuales dice ser portador material. Ni pleno empleo, ni igualdad de derechos, ni educación, ni vivienda, ni eliminación del hambre, ni democracia han configurado la historia de los países industrializados”. “Los ideales de democracia social, económica, étnico-cultural, la erradicación de la pobreza e injusticia social son objetivos prioritarios para el surgimiento de una ciudadanía con pleno reconocimiento material de sus derechos registrados sólo formalmente”.
Marcos Roitman Rosenmann. “El pensamiento sistémico. Los orígenes del social-conformismo”. Siglo XXI Editores. México 2003.
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